No es procedente lanzar pronósticos haciendo caso omiso de los sucesos en otras partes del mundo.
Para la revista Semana (entrega del 24 de enero del 2011), la valorización de las acciones en Colombia en el 2011 habría de ser del 15%.
“Las petroleras seguirán brillando y el próximo grado de inversión llevará a inversionistas internacionales a invertir en títulos colombianos”.
Portafolio, a su vez, informó el 22 de febrero: para Valores Bancolombia, “el buen desempeño del sector minero-energético motivará a que el índice tenga otro año con ganancias.
Se suman el grado de inversión, el crecimiento de la economía superior a 4 por ciento y que las tasas de interés no se disparen (sic). Justamente el crecimiento de 15 por ciento es la proyección moderada”.
En medio del torrente habitual de pronósticos, resulta notoria la ausencia del vocablo ‘Europa’, que habría de convertirse en el personaje financiero del año. El tono optimista es más comprensible, después de los excelentes resultados del 2009 y el 2010; al fin y al cabo la ciencia nos ha enseñado que uno de los sesgos mentales que llevamos a cuestas nos induce a hacer ese tipo de inferencias.
Predecir el futuro es ardua tarea. Pero quienes se animan a hacerlo deberían tener una buena comprensión del pasado.
Después de todo, muchos lectores pueden poner sus ahorros en riesgo. Vale la pena repasar algunas correlaciones, entre otras, antes de tomar esas predicciones al pie de la letra.
La correlación histórica entre crecimiento a largo plazo del Producto Interno Bruto, y el retorno a largo plazo de las acciones, ha sido cero.
Esta falta de correlación, en contravía con lo que podría esperarse, quedó establecida en un estudio de cien años en los principales mercados del mundo, publicado en el 2010 por la firma Vanguard.
Similar fue el resultado para los países emergentes, de acuerdo con datos de las últimas décadas.
Es apenas lógico asociar crecimiento económico con aumento de utilidades empresariales. Pero resulta incorrecto hacer inferencias de mayores retornos en el mercado accionario.
Verdaderamente relevantes son, entre otros, el precio que se paga por ese crecimiento esperado, y la diferencia entre el crecimiento real y las expectativas previas.
No se trata de desvirtuar el valor estratégico de invertir en economías emergentes dentro de un portafolio.
Pero quienes se vieron recompensados en la última década por el riesgo asumido, fue gracias a valorizaciones favorables, y a un crecimiento económico superior al esperado.
Las valorizaciones, al igual que las expectativas, no son tan atractivas en este momento como lo fueron diez años antes.
En tiempos de crisis, se produce un fuerte aumento en las correlaciones entre la gran mayoría de activos.
En tiempos normales, los diferentes activos se mueven de acuerdo con factores fundamentales. En el caso de las acciones, las utilidades y la solidez de los balances son un ejemplo.
Pero una de las muy pocas cosas que se sabe a ciencia cierta en el tema de inversiones, es que en épocas de crisis, con muy pocas excepciones, todos tienden a comportarse como miembros de un mismo rebaño.
No es procedente, entonces, lanzar pronósticos haciendo caso omiso de los sucesos en otras partes del mundo. Las acciones de los países emergentes no son inmunes a ello, al contrario, históricamente siempre han sido de las que más pagan el pato, aún ante los problemas ajenos.
Lo sufrimos una vez más en el 2008, y lo comprobamos de nuevo el año pasado. En un proceso que se refuerza a sí mismo, la incertidumbre hace que muchos busquen refugio en unos pocos activos, a costa del resto.
Y para intentar salvar su pellejo, los grandes especuladores, apalancados, se ven forzados a deshacer todo tipo de posiciones exóticas.
La relación precio/ganancias no tiene poder de predicción sobre los retornos de los próximos seis o doce meses
La firma ANZ hizo un estudio de los retornos mensuales del mercado norteamericano desde 1900.
Comparó las respectivas relaciones precio/ganancias (en términos de qué tanto estaban por encima o debajo de su promedio en 10 años), contra los retornos obtenidos seis meses y un año después.
De nuevo, contra lo que podría esperarse no identificaron relación significativa alguna (puntos regados más o menos al azar).
No demerita la importancia suprema de la valoración de activos en la búsqueda de buenos retornos. Pero el marco de tiempo para el cual se utiliza el parámetro, es de vital importancia.
Cuando se producen simultáneamente una crisis de crédito, una caída en el sector de vivienda y otra en el mercado de acciones, los costos de las eventuales recesiones tienden a ser mucho más fuertes.
Es la primera vez que el triple fenómeno se produce en la historia moderna de Estados Unidos. La primera y la tercera duran en promedio dos años y medio, la segunda, 4 años y medio.
Son datos de un estudio del Departamento de Investigaciones del Fondo Monetario, publicado en el 2008.
“Aunque los efectos de la crisis en Estados Unidos ya se han esparcido por diferentes partes del mundo, lo más posible es que sus dimensiones globales se intensifiquen, con consecuencias particularmente difíciles de pronosticar”.
Quiebras en algunos gobiernos de Europa y un eventual colapso de su sistema bancario, y del euro mismo, ya no se descartan.
Al contrario de lo que sucede en otros países, es inusual que nuestros académicos se manifiesten en los medios para ilustrarnos en el arte de manejar los ahorros.
Me impresionó gratamente que uno de ellos se animara a escribir sobre el tema en Portafolio, el pasado 4 septiembre, pero lo que ofreció fue otro pronóstico: “todo parece indicar que el ‘Irene’ o huracán de la pronosticada recesión de la economía norteamericana se va diluyendo. Por lo menos la evolución de los principales indicadores financieros así lo estarían (sic) dejando entrever. Si seguimos en la senda del Dow Jones, nuestro balance a fin de año debería arrojar también saldo positivo”.
Harry Adler en Portafolio.
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