domingo, 22 de abril de 2012

QE3 y el persistente riesgo de otra guerra de divisas



Tal como el perro de Pavlov, que salivaba al escuchar el sonido de una campana, los inversionistas del mercado bursátil de Estados Unidos se embarcarán en estos días en un frenesí de compras ante la más mínima señal de estímulo monetario.

Pero si las garantías de un continuo apoyo a la recuperación estadounidense por parte de los funcionarios de la Reserva Federal liberan endorfinas de la felicidad entre los soñadores de Wall Street, del mismo modo, sus sutiles afirmaciones de que una tercera ronda de "flexibilización cuantitativa", o QE3, no está descartada podrían haber estremecido a los titulares de los bancos centrales de mercados emergentes.

Las autoridades financieras de países en vías de desarrollo temen que sus economías queden en la línea de fuego si las condiciones económicas de Estados Unidos se deterioran tanto que la Fed nuevamente deba comenzar a comprar bonos para anclar las tasas de interés. Saben por experiencia que muchos de los dólares que la Fed inyecta al sistema financiero fluirán al extranjero y se dirigirían a sus monedas, cuyos rendimientos más altos son más atractivos para los inversionistas. Este "dinero especulativo" impulsaría al alza a sus tipos de cambio en perjuicio de sus exportadores y dejaría a sus mercados de capital vulnerables a cambios volátiles en la percepción.

Si estos encargados de política reaccionaran a una tercera flexibilización cuantitativa, o QE3, como muchos lo hicieron con la QE2 -comprando dólares en el mercado cambiario, reduciendo las tasas de interés o frenando la apreciación del tipo de cambio- revivirían lo que el ministro de Hacienda de Brasil, Guido Mantega, describió de forma tan alarmante en 2010 como una "guerra de monedas". Ante las quejas de los líderes exportadores sobre la pérdida de competitividad, los bancos centrales se verían bajo una inmensa presión política para proteger industrias vitales y adoptar una postura blanda respecto a la inflación, que suele ser consecuencia de una moneda debilitada. Y esta vez, las condiciones globales son tales que sus medidas podrían iniciar un ciclo de devaluaciones competitivas que se autoperpetuaría y que es muy dañino para el sistema de comercio mundial.

Contrario a lo que ocurrió en 2010, la economía china ahora está desacelerándose. Mientras tanto, Europa está en una recesión provocada por la austeridad y la economía estadounidense, que presenta una leve mejora, enfrenta una dura prueba cuando se implementen fuertes recortes fiscales a fin de año. Una QE3 podría fácilmente llegar en un mundo en que la demanda global se debilita, lo que significa que los exportadores de países como Corea del Sur, Turquía, Brasil y Sudáfrica se disputarán una participación cada vez más pequeña de la torta. La tentación de combatir la pérdida de competitividad con intervención de mercado en lugar de mediante una reducción de los costos internos será grande.

Para empeorar las cosas, los inversionistas ahora tienen menos alternativas como apuestas cambiarias. No quieren perseguir al euro al alza, no en medio de la persistente amenaza de una crisis de deuda en España. No hay posibilidades una apreciación del franco suizo, que ahora se encuentra anclado por un precio mínimo de 1,20 francos que el Banco Nacional Suizo promete pagar por euros. Y desde la guerra de monedas de 2010, muchos gobiernos, principalmente el brasileño, aplican impuestos al capital extranjero y utilizan otras medidas para limitar el ingreso de capitales especulativos.

El dinero buscará la vía de la menor resistencia. Por lo tanto, las monedas de mercados emergentes y productores de bienes básicos con un régimen cambiario menos intervencionista -como el de Australia o México, por ejemplo- podrían sufrir la peor parte. El resultado sería una matriz de tipos de cambio fuertemente distorsionados y una mayor tensión internacional, todo lo cual finalmente podría fomentar las sanciones comerciales.

Las acciones de China serán claves. En el pasado, las intervenciones del Banco Popular de China para evitar una apreciación demasiado acelerada del yuan exacerbaron la guerra de monedas inducida por la Fed. La cuenta de capital cerrada de China y su fuerte control de las tasas de cambio mantuvieron al yuan vedado para los especuladores, obligándolos a buscar monedas de naciones más pequeñas. Ahora, tras ampliar la banda dentro de la cual el yuan puede negociarse libremente, las autoridades chinas han dado señales de más flexibilidad. Sin embargo, el reconocimiento internacional que recibieron por esta "liberalización" del tipo de cambio podría ser prematuro. Beijing todavía puede componer el punto medio del nuevo rango de negociación y podría también decidir mantenerlo. La moneda china sigue demasiado controlada para ser la válvula de seguridad que necesita el mundo.

Jim Rickards, autor del libro "Currency Wars" (las guerras de divisas), cree que estamos en una fase que no es distinta a los dos ciclos previos de devaluaciones competitivas destinadas a empobrecer al vecino: el que se extendió entre la década del 20 y el 30, y el de la del 70. Depende de la Fed, afirma, evitar una repetición desastrosa al reafirmar la fortaleza del dólar y desaprobar un mayor expansionismo cuantitativo.

Podemos esperar un discurso similar a "todo depende de la Fed" cuando los ministros de finanzas y titulares de bancos centrales de los países BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica- se reúnan en el marco de las reuniones de esta semana del Fondo Monetario Internacional en Washington. Pero el presidente Ben Bernanke y sus colegas de la Fed han tendido a desestimar la retórica sobre la guerra de monedas y, en cambio, argumentan que el problema radica en que los bancos centrales de los mercados emergentes prestan demasiada poca atención a la inflación y demasiada a las tasas de cambio.

Por supuesto, todo esto será discutible si la economía estadounidense sigue añadiendo empleos y si la Fed no toma nuevas medidas. Por el bien de la estabilidad mundial, el mundo completo debería rezar para que ese sea el caso.

WSJ.

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